miércoles, 29 de febrero de 2012

De cómo el hotel de La Reconquista se vio con un tonto en su plantilla.

     Último domingo de febrero de 2012. Año bisiesto, reunión regional de la empresa para la que trabajo. Los años bisiestos suelen coincidir con hechos trágicos, algunos más relevantes que otros, como el hundimiento del Titanic y otros un poco más discretos, pero no menos importante, como el que relataré a continuación.
      No dudo de la calidad de la empresa Melia Hoteles, propietaria del hotel de La Reoconquista de Oviedo. De hecho, después de haber pasado tres noches sólo puedo destacar dos cosas negativas, las cuales no son lo suficientemente importantes como para no volver, pero como me aburro, las voy a contar. Pero que quede claro, que si tuviera que volver, volvería.
      Resulta que el hotel, de cinco estrellas, es de ese estilo de principios de siglo y se le notan los años, las pocas reformas y que no le vendrían mal unas ventanas nuevas para que no te congelaras en la habitación o en caso de viento fuera, no silbaran. El minibar tenía una temperatura superior a la de la habitación. Problema que se soluciona con altas dosis de calefacción y mantas, no disponibles la primera noche.
      Quitando ese mínimo detalle, el personal del hotel se desvivió y demostró una profesionalidad acorde al nombre de la empresa en general y del hotel en particular que representan. Pero claro, se te cuela un tonto en el plantel, y con todo el personal que hay ni te enteras. Hora de la comida del martes, se me acerca la fiera y me pregunta si tomaré vino tinto o blanco.
        - Mejor tomaré una cerveza - a lo que el tipo se acerca a una mesa de servicio que tienen para apoyar las bebidas, coge una botella a la que le quedaban dos dedos de líquido y me la vuelca en la copa como quien la tira por el fregadero. Acto seguido se pira corriendo. Le llamo, pero me ignora y busca miradita cómplice con una compañera.
        . ¿Perdone? - le aviso cuando vuelve - ¿Me ha echado el culo de una botella? - Le digo aún incrédulo. Ni corto ni perezoso me vuelve a ignorar. Le doy el beneficio de la duda por si viene con otra cerveza, pero no es así. El tipo vuelve y se hace la estatua al lado de su compañera. Le llamo.
        - Perdone, llévese esto - refiriéndome a la copa de orina que me había servido - y tráigame una cerveza.
        - ¿Qué le pasa a la que le acabo de poner? - Me pregunta el tío con toda su jeta y mirada de macarra, como desafiándome a no sé qué.
        - Mire, yo no soy su jefe, no tengo que enseñarle a atender a la gente ni a poner una cerveza, ¿a usted le ponen las cervezas así dónde va?.
        - Tranquilícese caballero, ahora le pongo una cerveza -  me dice el tío, cómo si me hubiera alterado... Con lo tranquilo que yo estaba.
        - No, tranquilícese usted, que yo estoy como una malva.
       El tio me pone la cerveza y me espeta que espera que sea de mi agrado. Le doy las gracias lo más educadamente que sé y olvido el incidente. Pues el tío, cada vez que pasa enfrente mío, me mira como con esa expresión de subnormal de barra que intenta decirte que se está quedando con tu cara.
        A lo que voy es que, te esmeras para atender a 148 personas durante tres días, con lo difícil que tiene que ser, y se te cuela un tonto del bote intentado echarte todo curro por la borda. Una pena. Luego hay auténticos profesionales en el paro.
       Aún así, como ya he dicho, no intento disuadir a nadie de visitar este hotel.