viernes, 19 de agosto de 2011

Ley Antifritanga

     Hace por lo menos veinte años que esporádicamente entro en esta fritanguería del barrio de La Arena. Es una cafetería sin más, donde al parecer las rosquillas son el plato fuerte. La verdad es que siempre que voy digo que es la última vez, pero mis padres, que son gente de buenas costumbres, son asiduos de este puesto de fritos, cosa que después de veinte años no deja de sorprenderme.
     Pues hoy he vuelto con mi madre. Nos sentamos en una mesa de la terraza y al no aparecer nadie en un rato para atendernos, decidimos entrar a pedir y volver a salir. Un café con rosquilla para mi madre y un agua con gas y un pincho de lomo para mi. La temperatura de dentro era la de la sala de máquinas de un petrolero. Todos sudaban como cerdos allí dentro. El olor a fritanga parecía haberse instalado ya en tiempos de la crisis del aceite. Este olor, completamente inconfundible, se impregna en tu ropa instantáneamente. No hace falta que te entretengas un ratito mientras te das cuenta de que el sitio es una basura y te largues sin pedir nada. En un "zas" ya está, tienes que incinerar la ropa cuando llegas a casa, ya nunca volverá a ser la misma. Me estoy imaginando a los camareros sudando sobre los cafés, los pinchos, las rosquillas, los refrescos mientras los llevan en las bandejas o a quién esté en la cocina, repitiendo la misma operación sobre lo que esté preparando.
     El caso, es que a los casi veinticinco minutos de haber entrado a pedir (no me levanté y me fui por respeto a mi madre, que también se quedó porque esperábamos a más gente) sale un despistado camarero con nuestro pedido. Muy hábil por su parte haber llegado a la mesa cuando ésta estaba saturada por las consumiciones de los clientes anteriores y no había donde apoyar nada. Apiadándose Dios de él, justo en ese momento se levantaron los clientes de la mesa de al lado, por lo que pudo trasladar todos los deshechos de nuestra mesa a la contigua.
      Un café ya fresquito, por la espera de veinticinco minutos, una rosquilla, un agua sin gas (no esperaba menos), pero lo que me dejó atónito fue el pincho de tortilla que traía para mi. Cuando le dije que no había pedido tortilla si no lomo, el tío me empieza a describir las bondades de la tortilla de allí, las cuales me imagino que son una sarta de mentiras, pero cuando le digo que además había pedido agua con gas, este tipo me mira con una cara como si yo estuviera loco. En el tránsito de vuelta para corregir mi pedido intenta vender el pincho sin éxito a otros clientes, lo cual me confirma mis sospechas sobre el dorado y brillante pincho de tortilla.
     Desconozco como alguien puede llegar a hacerse fritangófilo, como alguien puede tragarse semejantes tipos de alimentos (mi pincho de lomo goteaba y sólo pude darle dos mordiscos), como alguien puede entrar y permanecer en un sitio donde te hacen esperar 25 minutos después de haber pedido. Cómo alguien puede permanecer en un sitio donde la temperatura supera con creces los 32ºC y huele a podredumbre frita. Y dónde el camarero te vacila y cree que es tu colega.
     Viendo este sitio, me pongo a pensar en la Ley Antitabaco, donde se arrinconó a un elevado porcentaje de la sociedad y se les dio trato de parias y de apestados. Que si los sitios olían mal, que luego la ropa no sé qué... Como ese es un debate aparte y no estoy en contra de esa Ley (con matices) no voy a entrar más en él, pero: ¿Qué pasa con los sitios como este? ¿No son perjudiciales para la salud? Física y Mental. ¿No deberíamos cuidarnos de esto? ¡Qué asco por Dios!  
 La cafetería Manso, está haciendo esquina en la calle homónima con Aquilino Hurlé en Gión. No dejen de visitarlo. Para su información les diré que en breve abrirán una incineradora de ropa justo en el local de al lado.

habitat2.jpg
(la fotogrfía no es del local aquí mencionado, es simplemente lo que inspira)